miércoles, octubre 27, 2010

"Te odiaré amando por siempre"

Después de juguetear nervioso con el cigarro que recientemente había liado, sostuve la mirada en aquel viejo tren que otrora me llevara a recorrer paisajes. Ahora dormitaban sus músculos de metal en la terminación de una igualmente vieja vía muerta. Es cierto que su traqueteo comenzaba a ser molesto, tan acostumbrados hoy en día a viajes en exprés, pero no envidio, ni envidiaré, una jubilación tan carente de orgullo como aquella. Guardo en la pitillera el cigarro, manoseado hasta la saciedad, con el que jugueteaba hace apenas unos minutos; por contra saco de ella otro cigarro perfectamente regular, ajeno a mi dicha en el uso del tabaco de liar y con carmín rojo en uno de sus  extremos algodonados. No puedo dejar de sonreír al comprobar, con enorme melancolía, el humo que desprende en los interludios que suponen la sinfonía del fumador.

Se llamaba Jacqueline aquella morena de tez blanca donde nunca se ponía el sol. Sus ojos grandes y brillantes y una sonrisa que más que sonrisa era una mueca mellada por la experiencia. El pelo ensortijado en bucles perfectos, sus orejas pequeñas, su pecho acoplado a un corsé que no dejaba respirar más que a las fantasías de los hombres. Su boca menuda, sonrojada, viva... su cuerpo pequeño, delgado, sugerente en formas... su mente privilegiada en los momentos que no está ahogada por el opio o el alcohol. Hubiera sido, y sin duda lo era, musa de los poetas más bohemios de la ciudad. Por suerte para mí, y desgracia para ella, fui a conocerla una noche en la que había luna llena.

Vestía mi gabardina beige, mi sombrero marrón y unos zapatos a juego con el traje gris marengo que suelo llevar a este tipo de citas. Había quedado en el Mary Street, como todos los domingos, con dos viejos amigos que lo eran igualmente de lo ajeno. Aquel antro tenía todo lo necesario para hacerme sentir vivo. El humo, el whisky, el jazz, las partidas de póker hasta altas horas de la noche y la mirada furtiva de una morena con el pelo a lo bailarina de can- can al final de la barra, pero aquello, amigos míos, forma parte de otra historia. Aquella noche de aquel domingo pertenecía a esa clase de noches en las que los susurros ahogados, los llantos quedos y los gritos cortados sorprenden a más de uno con desconocidos al otro lado de la cama. No era mi caso; jamás fue mi caso.


La primera vez que me presentaron a Jacqueline llevaba un vestido negro ensortijado que cubría su cuerpo y media alma. Acompañaba del brazo a uno de mis amigos, quien aseguraba habérsela sustraído a un importante hombre de negocios local. Intercambiamos saludos y poco más poco dadivoso como soy a hacer concesiones y cumplidos.

La segunda vez que me presentaron a Jacqueline acompañaba del brazo a mi otro amigo, quien aseguraba habérsela sustraído a un viejo compañero de fatigas perdido por el alcohol y por los celos. En aquella ocasión el largo vestido negro del anterior encuentro había dado lugar a un vestido de tirantes, ocre, mucho  más corto que el anterior y recogido por un cinturón que resaltaba su cintura, un pañuelo que cubría su peinado y un bolso grande donde guarecerse del frío en noches de tormenta. No es baladí este comentario pues de esta guisa solucionamos la inclemencia meteorológica en el trayecto hacia mi apartamento en una luminosa, pero lluviosa, noche de luna llena. No recuerdo bien cómo me convenció para que la invitara a aquel cuchitril que tenía como casa. No recuerdo cómo me dejé embaucar por la cordialidad de una aparente inocencia y la lucidez de unos ojos sospechosos en matar corazones. No recuerdo cómo abandoné a mi amigo con su acompañante colgada de mi brazo. No recuerdo, en definitiva, cómo acerté a introducir la llave en la cerradura cargado de alcohol y de deseo. De lo que no guardo olvido alguno fue de cómo caí rendido al sueño nada más proceder con la botella de vino reservada para ocasiones especiales. A la mañana siguiente Jacqueline ya no estaba allí. En su lugar había un importante vació en el lugar que debía ocupar aquel destartalado televisor en blanco y negro que tenía por costumbre ver a la hora del almuerzo. También faltaba mi cartera, mi deseo y mi orgullo. Por contra había un número de teléfono apuntado en el espejo del cuarto de baño y una breve nota que invitaba a llamar si quería recuperar todo lo perdido.
         
 La tercera vez que me presenté a Jacqueline fue tras concertar una cita a través del número de teléfono que encontré en el espejo de mi cuarto de baño. Me sorprendió ver que acudía a ella con un televisor en blanco y negro exactamente igual al mío; también venía con mi cartera y sin duda alguna no se olvidó de devolverme cualquier tipo de deseo... pero lo que jamás recuperé fue el orgullo. En aquella tercera ocasión vestía una gabardina beige y un sombrero marrón, y por nada del mundo sugeriría que sólo iba vestida con una gabardina beige y un sombrero marrón, pues a ello se le sumaba un corsé y braguita de un sombrío gris marengo y, por supuesto, zapatos a juego. Aquella noche no llovía, aunque el rechinar de dientes resultara en ruidos que los más puristas podrían considerar plagio de los truenos. Amé a aquella mujer en cada uno de los pliegues de su cuerpo. Amé cada lunar, contados concienzudamente uno a uno para recorrer con ello el Paraíso. Amé sus mentiras y mucho más sus verdades. Amé sus manos, sus pies, sus muslos, sus pechos, sus zonas más íntimas y hasta las más etéreas. Amé su cobardía, su tenacidad, su cordura, su adicción, su inteligencia y sus complejos. Amé que me amara y amé los versos que brotaban de sus labios. Amé hasta el día que recordé, maldito día, que aún debía devolverme el orgullo. Aquel día le sustraje, mientras dormía, su pequeña pitillera plateada. En mi vida vi unos cigarros tan perfectamente liados, uniformes, simétricos... unos al lado de otros como un ejército perfectamente adiestrado. Cuando despertó le propuse el intercambio justo de mi orgullo por su pitillera. Ella sonrió. Aseguró que no tenía mi orgullo, que jamás se lo había llevado. No le supe responder nada. Ella empezó a llorar y me pidió, por favor, que le diera uno de sus cigarrillos. Saqué su pitillera y le acerqué uno de esos soldados de instrucción perfecta. Ella se lo acercó a los labios y en el instante mismo en que  fue a encenderlo desapareció a la carrera y cerró con un portazo. Me quedé para siempre con su pitillera. Me quedé para siempre con esa sensación del orgullo perdido... y me quedé, hasta hoy, con un cigarrillo perfectamente liado manchado en uno de sus extremos por el más maravilloso de los carmines rojos. Alguna vez la he vuelto a ver del brazo de algún conocido, sugiriendo no conocerme ni interesarse por mí. Me mira desde lejos, adquiere una expresión de estar pensando en el pasado y en seguida es sorprendida por su acompañante quien evita que de sus dos grandes ojos broten más recuerdos.

Aquel viejo tren que hoy dormita en su relax eterno es totalmente ajeno a nosotros. Él ha ido y venido tantas veces que duda de las capitales de provincia... trata de recordar las postales que fue coleccionando y las risas que le acompañaron en sus trayectos. Es terco en anquilosarse y oxidarse y más aún en recordar el asiento que ocupaste en tu huida. Es severo en su juicio de valor y concreto en su sentencia, pero es un tren y nadie se para a escucharle.

Con el tiempo reencontré el orgullo debajo de la cama, junto a una nota tuya que decía “te odiaré amando por siempre”. A aquello siempre le correspondía una contestación mía que ya he olvidado. Tu cigarro, tu último cigarro que me queda se consume poco a poco entre mis dedos, dibujando, bucólicamente, figuras extrañas con el humo. Te quise tanto, odiando o queriendo, tanto... que se me consume, te me consumes, entre los dedos...

martes, abril 14, 2009

El Recuerdo de Aquel Viejo Bar...

El viejo piano, el humo, el mismo ambiente viciado de siempre. Aquello que antaño hizo que emigrara a otras calles alejadas de tu media melena a lo bailarina de can-can vuelven al recuerdo mientras deambulo, sin prisa, por aquellas calles mal adoquinadas. El frío de la noche sigue siendo el mismo, mi sombrero también y mi gabardina, más roída en sus bajos, tiembla aún cuando recuerda el jazz. La pitillera la vendí en olvidos de final de barra. La memoria la bañé en alcohol barato y las risas las recuperé burlándome de las musas que creían vencer perdiendo. A las puertas del viejo Mary Street un rótulo grande y luminoso resalta un nuevo nombre impronunciable. Allí, donde postrado en un fracaso descubrí que a veces es mejor perder que ganar, todo era distinto; todo menos aquel viejo piano, el humo y el mismo ambiente viciado de siempre. Después de todo aquello acudí, durante unos días, a robar el aire a aquella morena con el pelo a lo bailarina de can-can. Entre whiskys dobles, como siempre sin hielo, entre notas encaradas de jazz y entre cigarros que amarillearon mis dedos empecé a comprender que aquellas paredes eran demasiado pequeñas para mí. Después de apostarme el mundo a unas cartas sin remite dejé mi apartamento de la 45 con Prince y me embarqué en una huida de las noches de insomnio. Jamás volví a ver a aquella morena de pelo a lo bailarina de can-can. Jamás recordé, hasta hoy, lo oscuro de aquel callejón, los murmullos, el olor del humo de los bares, la melancolía de los vasos vacíos, tu risa triste y mis cigarros robados. No recordé aquella primera vez en que descuidado me quité el sombrero cuando dentro atronaron los sentimientos… y evidentemente me mojé. Hoy no hay mesas donde sentarse. El piano permanece arrinconado en una esquina del bar. Lo que otrora fuera tu barra hoy es un escenario vacío de músicos. Lo que otrora fuera mi mesa hoy es un amplificador negro y extraño y donde otrora estabas tú sentada, robando miradas furtivas y bebiendo en copas ajenas hay hoy un enorme pilar de hormigón que en nada recuerda tu figura. Supongo que la melancolía juega malas pasadas y al ver ese pilar de hormigón no he podido por menos que echarme a reír. Ya te dije, recuperé la risa burlándome de las musas que creían vencer perdiendo. El pasado es pasado no porque ya haya sucedido; el pasado es pasado porque tenemos la certeza de que nunca más volverá a suceder. Hace tiempo que ya no llueve ni atruena en aquel bar y sin embargo nubes grises salen a doquier de una especie de máquinas destinadas para ello. Al fondo veo a una pareja de jóvenes contándose mentiras que esperan ser creídas. Al lado una preciosa sonrisa me escruta, algo confusa, qué voy a tomar. A veces el tiempo tiene estas cosas, te coloca en lugares poco propicios para tu edad. Supongo que mi sombrero, mi gabardina y mi aspecto poco encajan hoy en aquel lugar que un día fue mis noches. El recuerdo de lo sentido me ha llevado hasta aquel callejón de la 42, hoy con otro nombre. El recuerdo de tu voz, de tu sombra, de tu mirada al viento, tan alejada a mi lado como cercana de lejos… pero no tu recuerdo. A la muchacha que me pregunta del otro lado de la barra le contesto irónicamente con un “lo de siempre” y no es su ignorancia de mis deseos lo que la hace acudir a una mujer vetusta que aparece de la nada entre una puerta que se disimula en la pared de la barra. De espaldas a ambas, y ajeno a todo, sigo repasando en memorias cada rincón de ese antro. Luego todo sucede… el gorgoteo inteligible de la música electrónica deja paso a unas notas de “Love me or leave me”, a mi espalda un “aquí tiene” me sirve un vaso de whisky doble sin hielo y a la par, en una vieja pitillera plateada, tres cigarros blancos y sin filtro y entre todo ello una nota manuscrita en la que en letra zozobrante y anciana apenas podía leerse “porque en mi derrota llevé la tuya; porque en mi propia victoria perdí… perdona a la mujer que en ti fui y que nunca lo supo ser”… y el pasado… el pasado es pasado no porque ya haya sucedido; el pasado es pasado porque tenemos la certeza de que nunca más volverá a suceder… y me fui, no sin antes pagar mi whisky, tomar mi pitillera y olvidar para siempre la dirección de aquel bar.

viernes, julio 21, 2006

Club Jazz Mary Street.... Calle 42...

Saque la pitillera y encendí otro cigarro... La música del piano sonaba a jazz... el ambiente viciado, con humo y alcohol para quien quisiera en grandes cantidades... y al final del todo apenas un suspiro... Tu media melena francesa a lo bailarina de can-can... tu acento... tu todo tú y mi medio yo... – ¿No se quita el sombrero?- aquella fue la primera frase que me dijiste en aquella noche... con tu acento... – Perdone señor... creo que el sombrero aquí le sobra... no va a llover entre estas paredes...- y ciertamente puede que no fuera a llover... yo seguía con el pitillo en la boca... sin dirigir una palabra a aquella morena de melena francesa a lo bailarina de can-can... di una segunda y una tercera calada al cigarrillo antes de hablarla...- ¿Fuma?- dije mientras le ofrecía mi pitillera plateada... – Nunca delante de un hombre... así que creo que cogeré uno... ¿me permite?- y cogiendo con dos dedos mi cigarro, encendió el suyo... – Debería quitarse el sombrero... como le he dicho...- - Lo sé, no va a llover...- y sin embargo... por dentro empezaban a atronar los sentimientos... – Así es... no lloverá... – Había estado muchas noches en aquel bar... el Mary Street de la calle 42... las veladas de jazz en las voces negras acompañadas por el piano... el whisky doble sin hielo... el mismo olor a media melena francesa a lo bailarina de can-can pero había algo en esos ojos que los hacían distintos... Su forma de ser... su descortesía... su insulto al no considerarme un hombre... Sabía que esa mujer no era para mí... Sabía de antemano que me causaría problemas... pero había estado muchas veces en el Mary Street de la calle 42, y siempre y nunca estaba ella... siempre al final de la misma barra... con su copa en una mano dando vueltas a los que parecía ser una aceituna... siempre rodeada de hombres guapos... con dinero... pretendiendo alimentar de vanidad los oídos de las guapas princesas... y yo nunca entre ellos... siempre me conformaba con damas de corte... asequibles a mi bolsillo y a mis intereses... – Creo que nos hemos visto antes- la media melena francesa duda de si nos hemos visto antes... – No lo creo... es la primera vez que vengo por aquí.- - ¿Está seguro?- - ¿Cree que podría olvidar un rostro como el suyo?- En ese momento la media melena francesa apaga su pitillo a medio consumir... – ¿Sabe una cosa...?- me dice mirándome por primera vez directamente a los ojos – se le da terriblemente mal mentir.- Mientras me decía esto mi mente se iba una y otra vez al humo grisáceo que salía de su cigarro recién apagado... ¿qué quería decir con ese gesto? ¿Por qué? ¿cómo sabía que mentía? - ¿le ocurre algo?- - ¿Cuál es su motivo para desconfiar de mi palabra señorita?- - ¿Cree que no lo he visto todas estas noches?, siempre con su mismo sombrero... con su misma pitillera plateada... sus miradas furtivas hacia el final de mi barra... hacía tiempo que le estaba esperando... - - ¿y qué me dice de esos hombres que la rodean día y noche?- - Con ellos sólo fumo... gasto su tabaco... ellos se divierten, y yo me aburro pensando en hombres que miran furtivamente al final de la barra...- - Entonces...- dudo... Es la primera vez que tengo la certeza de que la media melena francesa se había fijado en mí... – Entonces...- No me salen las palabras... Me quito por primera vez el sombrero mientras ella se ríe... – Tienes otro cigarro amor- Saco la pitillera plateada del bolsillo derecho de la chaqueta y le ofrezco un cigarro... Vuelve a quitarme lo poco que queda del mío y enciende el suyo... – ¿Qué van a tomar?- pregunta desde el otro lado de la barra un hombre recio ya mayor... o al menos demasiado envejecido para la edad que debía tener... – Yo un whisky doble sin hielo... y la señorita...- - lo de siempre- - y la señorita lo de siempre por favor- Dejo un billete en la barra lo suficientemente suculento para pagar mis caprichos y los caprichos de la media melena francesa... – y bien- sugiero - ¿qué trae a una dama como usted a un sitio como este?- sonríe forzada... da una larga calada a su cigarro y un buen sorbo a la copa incolora que le acaban de servir... Mirando al frente... dirigiéndose a todos o a ningunono... – Encanto, ¿qué puede traer a alguien como yo a un sitio como este?- - pero- intento proseguir pero me calla- no lo sé...- Es la primera vez en toda la noche, que con el sombrero ya quitado, la veo dudar... Por primera vez la veo débil y confusa... zozobrante... sin embargo cuando trato de hacerla una caricia se muestra esquiva y replica – por favor, soy una dama- al momento vuelve a apagar su cigarro, a medio consumir... y se gira nerviosa hacia mí... – y a usted... ¿qué le trae a un hombre como usted a un sitio como este?- he de decir que en cierta medida me esperaba la pregunta... podría, en ese momento, haberla respondido la verdad... que sólo iba allí para poder ver al final de la barra una media melena francesa... rodeada de hombres que nunca serían él... con unos ojos distintos a todos los que había visto... podría haberle dicho la verdad y decirle que siempre y nunca había estado allí, en el Mary Street, acompañado por las notas improvisadas del jazz, y que cada día que iba era un descubrimiento nuevo, pero siempre había una media melena francesa al final de una barra... podía haberle hablado de la calidad del whisky de aquel bar... siempre doble y sin hielo, pero siempre brindaba a la salud de una media melena francesa... podría haberle contestado con un... sólo vengo por ti... sólo tú me traes cada noche a beber el humo de este bar... con la esperanza de que un día beba algo más que humo... podría haberle dicho que iba hasta allí para acompañar sus sueños... para ver como caían los hombres más guapos que intentaban comprar princesas... pero no lo hizo... – la música es buena, hay buen ambiente, mujeres guapas, y me pilla cerca del antro donde vivo- - ¿vives cerca?- acababa de sacar mi pitillera para encenderme mi segundo cigarro... cortésmente ofrecí uno a la media melena francesa que no dudo en aceptarlo... después de encender los respectivos pitillos, esta vez con la ayuda de unas cerillas, me hice el despistado...- preguntaste si vivía cerca, ¿no es así?- una mirada pícara pero seria, una leve sonrisa... – así era- - Vivo en la 45, en la esquina con Prince... si quisieras...- Pero no... hizo oídos sordos a mi propuesta... y entonces lo vi claro... Con ellos sólo fumo... gasto su tabaco... ellos se divierten, y yo me aburro pensando en hombres que miran furtivamente al final de la barra... De repente la veo robar miradas furtivas... Apago mi cigarro y me pongo el sombrero... bebo de un trago lo que me queda del whisky doble... y mientras la media melena francesa comienza a reírse, me dirijo a mi esquina de la 45 con Prince... más cansado... más borracho... y más sólo que otras noches... y sin embargo... al día siguiente... aunque no quiera... a las puertas del Mary Street... para robar el aire que respira la media melena francesa... para volver a beber un whisky doble sin hielos... sabiendo que la única forma de estar con ella, es mirando al final de la barra, mientras hombres guapos que nunca serán yo tratan de comprarla con tabaco y copas de lo de siempre... y así me siento observado... y yo la miro... y ambos sonreímos... sin embargo mi sonrisa es triste... y la suya... la suya es más triste todavía... más forzada... y completamente vacía... aún así, tengo derecho a mirarla... que mis tres cigarrillos me ha costado... y el orgullo de quitarme por primera vez el sombrero dentro de aquel antro... donde atronaron los sentimientos... y yo evidentemente... me mojé...

jueves, junio 08, 2006

Dudas y adioses...

¿Y si te digo te quiero una vez más?- preguntaba sentada sobre aquel embarcadero- ¿Y si te lo digo sólo una vez más?.- Lloraba.- Sólo una vez más- las lágrimas recorrían cada rincón de su cuerpo y hacían más pequeño el sol. Impasible él miraba al horizonte. Pensaba. Hacía tiempo que pensaba que sus besos no sabían igual. Hacía tiempo que pensaba mientras estaba a solas con ella. – No- Sólo un monosílabo. Un eterno y rotundo monosílabo para arrancar toda duda. – No- volvió a repetir entre sus cabellos rubios. -¿por qué? No lo entiendo ¿por qué?- Y las lágrimas volvían a mojar la madera pintada de blanco. Él deja escapar un leve suspiro. No entiende cómo ha llegado hasta allí. Hasta ese embarcadero pintado de blanco, con ella a su lado. Con un sol que se acobarda entre nubes lejanas y unas lágrimas que caen y riegan el suelo como resultado de sus noes. –No puede ser- las palabras no salen cuando son pensadas. La palabra se hizo para salir aventurera y no domada, y cuando es así suenan artificiales. – Sencillamente no puede ser- insiste dejando una entonación final que suena a tristeza. – Pero yo te quiero... sólo una vez más...- suplica mientras se seca con la manga los ojos sollozantes- sólo una vez más, un último beso, un último quizá...- pero todo es en vano. Sus pelos morenos ya no son los que eran. Su media sonrisa ya no aparece como suplica de potencial pasión, y sus dos ojos no esconden la verdad eterna... o al menos eso es lo que él cree. Con los ojos cerrados mira al horizonte... a ese sol que se esconde entre los juncos y que deja una curiosa silueta sobre el agua... de fondo suena una balada que rezuma llanto... – No insistas, por favor- Es curioso, ahora el que suplica es él... – No insistas... no preguntes... no llores... Sabes, estás mucho más guapa cuando ríes y te salen esas pequeñas arrugas sobre los ojos- intenta que suene cariñoso, pero no lo consigue... intenta no hacerla daño... intenta volverla a querer. Lleva demasiado tiempo pensando en cómo se quiere a la gente... en cómo se vuelve a querer... y no ha conseguido hallar la respuesta. – Lo siento- dice mientras se incorpora – lo siento de verdad.- dice mientras gira y da la espalda a la muchacha. – lo siento- insiste repetidamente- y mientras toma el camino de regreso a ninguna parte lo va repitiendo- lo siento- cada vez en voz más bajita, cada vez más para él en lugar de para ella... quizá... Ella no tiene fuerza para volverse y gritar... no tiene fuerza para llamarle... y sólo quiere llorar... oye como la madera blanca cruje a los pasos del muchacho... oye como se marcha y sólo entonces encuentra fuerzas suficientes para dejar de llorar... y sólo entonces mira al horizonte que ha tenido ahí todo el rato, y se repite ya en la más absoluta soledad... ¿Y si te digo te quiero una vez más? ¿Y si te lo digo sólo una vez más?.

martes, junio 06, 2006

Póker

Sabes que si empezara ahora a jugar contigo terminarías diciéndome que jamás eres capaz de ganarme. Por eso, cuando no lo notas, te escondo entre tus cartas algún que otro As, o alguno de esos bufones de corte que sonríen atolondrados aún cuando lo que quieren es llorar. Se te nota a la legua tus malas jugadas. Se te iluminan esos ojos cuando ves esa carta que en mis trucos de mago barato he conseguido colarte. Así que un As y un comodín, me digo sonriéndome por dentro. Doy una calada a mi cigarro. Me gusta dejar que se consuman y que dejen ese gris círculo de ceniza, con la constante incertidumbre de si será en esta brisa o en la siguiente cuando caiga al suelo. El humo siempre dio más ambiente a las partidas de póker, incluso cuando en esta sólo estemos tú y yo, yo y tú, y un mundo que nos separa en forma de cartas de papel prensado.

Querido, me temo que hoy por la mañana empezó a ser demasiado tarde para volver a querernos. -Doy otra calada a lo que queda de mi cigarro. Miro por la ventana y las ondulaciones del viento hacen moverse a los árboles demasiado rápido.- Querido, -decía-, si te vas, no pienses en tenerme para siempre, pues mis labios olvidarán tu nombre con el último adiós que te digan. Si lees está carta estarás montado en ese tren que aparta poesías de mis manos, que me roba los temblequeos más placenteros de mi última soledad. Si te vas no vuelvas a mirarme a estos ojos que sólo han sabido verte aún cuando no estabas. -Noto un ligero calor en mis dedos. El círculo de ceniza cayó al suelo hace ya algunas curvas. Vuelvo a mirar por la ventana. Ahora es el mar el que se dibuja cual tabla rasa sobre el horizonte.- Querido, esta es la última carta que te escribo. Los dos somos mayores para jugar a querernos sin saber que queremos realmente. Sabes, he de reconocerte, siempre has jugado con las cartas marcadas. Siempre fuiste la parte, mi parte, la última parte de mi olvido. Lo siento, despídete por mí.

Siempre serio, arqueo el ala derecha de mi sombrero. Enfrente de mí una dama hace aspavientos tratando de darse aire con un destrozado abanico. En la ventana sólo se ven pequeños pueblos difuminados por una leve lluvia. Mientras tanto, me presento con la duda de encender otro cigarro o abrir el segundo de los paquetitos que me diste perfectamente prensados...

Querido, no sé porque me vuelvo a traicionar como tantas veces. Siempre te digo que esta es la última y luego vuelves y un solo yo y un solo tú me valen para perdonarte mil veces, con tu figura recortada en el perfil que dejas entre sombras sobre la puerta. Pero te lo juro, te lo prometo, que esta es la última. Me quedaré sin voz antes de volver a poder decirte perdón. Enmudeceré mil años a costa de gritar en barrancos y en las laderas de los ríos y será mi eco el que, si quiere, te perdone lo que queda de eternidad. -No sé porque me sonrío cuando leo estas frases. Será que siempre he sabido que no era lo que realmente pensaba, y quizá, las escribió cuando añoraba mis besos.- Ahora vete y no vuelvas y que el viento no traiga jamás tu nombre hasta mis montes para no turbar al eco que produzca...

Así hasta treinta. Treinta pedacitos de papel prensado que van contado sus historias. Cada una de esas cartas tuvo su contestación. Cada una de esas cartas tuvo su beso de bienvenida antes del de despedida que generó nuevas cartas. Así hasta treinta veces. Decías que era incorruptible, que nunca ganarías la partida. Sí supieras la de ases y comodines que metí entre tus cartas. Tanto es así que me quedé sin posibilidad alguna de ganarte en las futuras partidas. Lo único que entra en mis manos son damas de corazones, demasiado sentimental para jugarme mi vida a ellas, sabiendo de antemano tu pareja de ases... y sí, hoy vuelvo, y mi muda compañera de gritar al aire, vuelvo para siempre, para quedarme a tu lado. Para plantarme con estas viejas cartas debajo de los zarzales que ocupan tu cuerpo. Hace tiempo que ganaste la partida. Hace tiempo que no voy a verte mas que con flores en las manos y el corazón vacío de pensar. Siempre escribiendo esas cartas. Pidiéndome que no me fuera. Diciéndome que me olvidarías para siempre. Y yo sonriendo siempre por no llorar a los pies de tu alma de madera con cabeza de mármol que reza algo así como aquí yace... Nunca conseguí leer más allá del aquí yace. Nunca me interesó demasiado, pues sabía todos los datos relativos que seguían esa frase. Y cada vez que te visitaba una carta amarilla con un cordoncito en aspa y un corazón lacrado. Y muda te quedaste. Y en verdad que era tarde para querernos. Y a mi me mataba aquel pueblo donde tantas veces fuiste mía. Hoy, es hoy. Treinta años llevo viniendo este día marcado. Me acerco a donde moras y es en el único momento en que me quito el sombrero. La gabardina calada, que siempre ha llovido este día, y mis últimos cigarros mojados. Y siempre una carta nueva. Y siempre en cada viaje en el que vuelvo las releo todas. Y hace ya treinta años... y hoy cuando te llegue habrá un gran agujero al lado de tu alma de madera. Y hoy quizá me perdones y me llenes de besos y me digas con esa cara tuya “Has vuelto” y me cojas de la mano y los dos, tú y yo, yo y tú, le ganemos la partida a la muerte... con tu pareja de ases y mi dama de corazones...

viernes, mayo 12, 2006

No woman no cry...

Si hubiera un segundo, sólo uno, y pudiera decirte lo mucho que te quiero, jamás lo haría. Si supiera con toda la certeza del mundo de que sólo dispongo de un mísero y sucio segundo... jamás te diría te amo... te voy a echar tanto de menos... no te vayas... quédate a mi lado... Son palabras innecesarias por supuestas. Si sólo dispusiera de un segundo, y nunca antes te hubiera dicho te quiero, si supiera que te mueres porque te lo diga, o como mínimo porque te lo sugiera, lo siento mucho, tampoco lo haría. Dirás que me pesa la responsabilidad. Dirás que nunca me atreví a dar el paso, aterrado al compromiso. Muchacha, he fumado en muchos besos y he besado demasiados cigarrillos para saber por donde me ando. Ya te digo... ni un mísero segundo, ni aún siendo el último segundo de nuestras respectivas vidas, me haría cambiar de opinión. Soy incapaz de hablar, no me salen las palabras, y quedaría algo grotesco, saber que gasto mi último segundo intentándote hablar mientras te beso...

viernes, abril 28, 2006

Rosas



Apenas rozó las espinas puntiagudas sintió un incesante dolor, sin embargo fueron los suaves y frágiles pétalos los que provocaron la herida...

Errores


Resopló. Miró a su derecha; luego a su izquierda y se encontró en un lugar desconocido para él. Apenas podía ver y todo estaba a oscuras. Se encontraba tumbado, inmóvil y notaba una tirantez extraña en la cara. Justo encima de él había una especie de puerta, o era más bien una trampilla. La fue abriendo poco a poco y un conjunto de chillidos recorrió al unísono su cabeza. Cuando se calmaron se levantó, cogió el cáliz y las hostias y comenzó a devorarlas. Llevaba dos días sin comer...